Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

martes, 15 de mayo de 2012

23. ¡¡Un Harris doble con hielo, por favor!!


Una noche en el BV80 con Ed Harris
Autor: María Pérez Pereira
Subtítulo: ¡¡Un Harris doble con hielo, por favor!!

Que conste que lo he intentado durante mucho tiempo, pero ya no puedo más. He llegado al límite de esa heroicidad moral tan en declive en estos tiempos consistente en guardar un secreto. El mío en particular me ha estado corroyendo indiscriminadamente, taladrándome la cabeza a cualquier hora del día: al levantarme, al delinearme los ojos, estando sentada en la taza del W.C… incluso antes de alcanzar el orgasmo con el esperpento de turno ‒normalmente el típico charlatán melifluo y refinado o el músico con cara de pasmao que se quedaba remoloneando en la barra del BV80 hasta que cerraba el local… los papanatas solían darme la tabarra con sus chuzos mentales (roña convenientemente lustrada con capas de intelectualismo que apestaba a ambientador barato) para llevarme a la cama. Qué miradas de besugos hervidos, incrustándose en alguna parte de mi anatomía mientras conciertos imaginarios e inimaginables resonaban en sus oídos tronados por el Rock‒.

Pero hoy, como os decía, he dicho basta: No quiero acabar con las neuronas fundidas. Aún soy joven para cargar con un enorme y apestoso gruyere en la cabeza. Creerme o no sobre lo sucedido… os aseguro que me la trae al pairo. De hecho, doy por supuesto que nadie en su sano juicio dará credibilidad a lo que aquí voy a contar, dado el ámbito en que os lo transmito. Tanto da. Procedo a título meramente egoísta, una depuración personal; luego que cada cual juzgue por sí mismo.

25 de agosto del 1982, un día de entresemana, un miércoles quizás. Aquél día cayó una tromba de las buenas sobre Zaragoza, de esas que atrapan a la gente en sus casas y dejan a una sola en el BV80, a la espera que algún valiente o necesitado de compañía entre por la puerta a vomitar ocurrencias ingeniosas mientras se toma un Gintonic con pepino. No entraba ni Cristo del cielo, así que aproveché para leer un libro y fumar relajadamente con los pies descalzos sobre la mesa. Pasarían dos horas ‒y unos cuantos Martinis‒ cuando un estruendo de gabardina repicando contra la puerta, azotada por el vendaval y la lluvia, anunció la entrada de una mujer altísima con los ojos hinchados y con un pañuelo rojo cubriéndole la cabeza. No sabía mantener la calma a pesar del esfuerzo, y en un instante rompió a llorar y a barbotar en un castellano bastante ininteligible con un fuerte acento americano.

Según me explicó, necesitaba ayuda urgente con un problemo muy gorda que habían sufrido ella y dos acompañantes en el coche en que viajaban. Mientras la guiri gimoteaba, entró al BV80 un tipo que me congeló la sangre: un andar pausado entre chulesco y elegante, facciones curtidas con un tinte sádico: tanto podían pertenecer a un sensible leyendo a Virgilio como a un psicópata blandiendo un cuchillo jamonero contra el vecino del quinto. Como habréis adivinado, se trataba de Ed Harris. Su presencia hizo enmudecer de golpe a la afectada mujer, que oí más tarde que se llamaba Delorah. Me pidió con voz áspera un whisky, please. Vi cómo lo acabó en dos tragos (sonó igual que un pajarraco engulléndose un pez) y con un dedo feroz señalándome a la altura del escote dijo: tú ayudas, milady.

Le hizo falta un leve gesto de cabeza para que me pusiera a seguirlo como una verraca en celo ‒tal poder tiene Ed Harris‒ y al abrir la puerta de atrás de un coche bastante destartalado (de alquiler, supuse), vi a otro Ed Harris envuelto en una manta y tumbado de lado con la boca abierta y torcida. Soy una salida, lo sé, pero ante tal bofetada visual no pude evitar imaginarme un trío con esa doble ración de reflejo narcisiano. ¿Quién de vosotros ha visto a Ed Harris… por duplicado?… Lo que os decía, una loca, pensaréis, esta sa fumao algo. En fin, prosigo…

Pronto me atemoricé ante el cuerpo inerte y pálido de ese segundo Ed Harris, un calco del que estaba de pie a mi lado. Empecé a temer que mis capacidades cognitivas estuvieran distorsionándose por algún extraño efecto del alcohol. Creí estar sufriendo algún tipo de alucinación transitoria, o ser la víctima de una broma pesada. Pero la escena era tan real como lo que aquí os relato, por mis muertos.

Con la ayuda de la mujer, más aliviada y sosegada, cogieron al fiambre como a un vulgar saco de patatas y lo introdujeron torpemente al BV80. Dioosss… cómo hubieran alucinado mis adorables vanidosos si aquella noche hubieran presenciado la surrealista escena. Pero como dictan las leyes de la gloria personal, siempre que eres protagonista de algo único, los mamones de tus amigos o conocidos no están ahí para verlo. Luego ve y cuéntaselo…

Me acerqué al monigote estirado en el suelo para mirarlo de cerca. Como una madonna entronada en un aura de gloria y poseída por instintos maternales, sujeté su cabeza para compadecerlo en lo que iba a ser un beso en la frente. Su nariz empezó a arrugarse cuando un mechón de mi cabello le rozó suavemente. ¡Estaba vivo!… Aterrorizada, comprendí en segundos lo que iba a suceder a continuación: pedacitos de este hombre serían esparcidos por los contenedores cercanos o puede que acabaran congelados en bolsas de cocina en el arcón del almacén. O peor aún: imaginé sus ojos saltones a punto de salirse de las órbitas en medio de la piel carbonizada; su cuerpo estaría atrapado en el coche ardiendo en llamaradas, previamente rociado con vino y cerveza y convenientemente estampado contra algún precipicio, un accidente fatal… si bebes no conduzcas, que dicen. ¿Se podía tener tan mala pata? Quién no ha querido ser actriz o actor alguna vez en su vida… ¿pero para protagonizar una escena macabra tan machacada en las películas de sobremesa?... Y en el reparto nada menos que Ed Harris… bueno, dos Eds, el maléfico y el duplicado al que teníamos que triturar, desintegrar, quemar, rajar, deformar, hacerle estirar la pata… y borrarlo del mapa.

Al cabo de unos minutos, el Ed pre-fiambre se despertó de su letargo y emprendió una discusión con los otros dos. Hablaban tan rápido y con un acento tan slang que apenas si me enteré de algo de lo que gritaban. Pero todo el embrollo se podría resumir en lo que me gruñó a continuación el Ed conspirador mientras con su dedo índice me señalaba las tetas: Tú guarda éste en atrás del bar. Nosotros fifteen days recoger de nuevo.

En los días posteriores me enteré de que el pavo que retuve en el almacén resultó ser el Ed Harris verdadero, el que todos conocemos de la gran pantalla. La mayor parte del tiempo se la pasó roncando o haciendo otros sonidos cerriles y poco honrosos; cuando estaba despierto, yo le ayudaba a pillar turcas del quince a base de cubatas para alegrarle la estancia, pobre corderito. Me explicó ‒en los ratos de lucidez transitoria y con trompicones idiomáticos‒ que se había negado a firmar un contrato para rodar una escena que tenía como fin patrocinar un local de Zaragoza. Argumentó que la cantidad de dólares que merece prestar su careto ante la cámara no estaba cubierta ni de lejos.

En cuanto a Delorah, la mujer de los sollozos en segundo plano, resultó ser productora y amiga de Ed Harris… y medio maña. Si recorriésemos décadas atrás, veríamos al bisabuelo paterno de la moza largarse de Zaragoza a probar suerte al otro lado del charco ‒y ya se sabe, después de encontrar curro y de conocer a gente en la tierra de acogida, llega un buen día en que esa amistad tan especial con una buena chica americana, de ojos ensoñadores, se convierte en un bombo enorme tras una noche de bolinga…‒. Pues bien, tras ese bombo y el de las generaciones futuras nació esta Pilarica internacional de nombre Delorah. Ya habréis adivinado que el bar en el que Ed Harris debería haber rodado unas escenas no era otro que el de los parientes lejanos de Delorah, de aquellos que permanecieron en su Zaragoza de toda la vida. Por lo visto el negocio necesitaba un empujoncito mediático, y según Delorah, Ed era la persona idónea para tal fin (qué asco da la confianza, dios…).

Pues bien, después de una acalorada discusión y de la moña del copón que le provocaron al pobre Ed, Delorah y el doble del actor necesitaban como fuera encontrar a algún desconocido por la zona para retener reclusa a la estrella durante unos días, el tiempo suficiente para que managers, representantes, productores y todo el círculo de chupópteros lameculos aterrizaran con sus flamantes zapatos de lagarto color blanco y dieran su visto bueno al contrato que firmó el falso Ed Harris, aprovechándose de su excepcional parecido físico. Las escenas que se rodaron ‒con Ed retenido y oculto en el almacén del BV80 bajo mis cariñosas y malintencionadas atenciones de loba‒ fueron de lo más rocambolescas e inverosímiles…

Todo es sórdido visto así, lo sé. Pero no me pude negar a realizar el que podía ser el papel de mi vida, ¡igual que vosotros hubierais hecho, acusones del tres al cuarto! Además, tengo muy tranquila la conciencia, pues a Ed no le faltó ni conversación ni alimento conmigo (lástima que no quisiera alimento de mí) durante el transcurso de los días.

Este extravagante tinglado acaba como la mayoría de las ficciones: con un buen pellizco en mi cuenta corriente por mi función de Cancerbera y por callar para siempre el secretito sucio de las escenas de un Ed suplantado por su perfecto doble. Han pasado ya muchos años y nunca he podido hablar sobre aquellos días ni a allegados ni a conocidos.

Como me dijo Ed Harris con una sonrisa oblicua antes de marcharse del BV80 ‒el muy tontorrón se puso tímido y se privó de pasarme el dedo por la mejilla tiernamente (se lo leí en su mirada incendiada)‒: “no importa un comino a quién le expliques esta trama enredosa: es, desde el punto de vista de un rodaje, ambigua y doble como la existencia y difícil o raramente aceptable”.

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