Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

martes, 14 de agosto de 2012

9. La muchacha de las bragas de oro


Una noche en el BV80 con Victoria Abril
Autor: Raúl Garcés Redondo
Subtítulo: La muchacha de las bragas de oro

No conocía el BV80.
Tampoco a Victoria Abril.
Hasta aquella madrugada del ochenta y uno.
Nos encontrábamos de celebración. No soy capaz de recordar el motivo, la confirmación quizá, por la edad que teníamos bien pudiera ser.


El caso es que allí estábamos, recorriendo los garitos de San Miguel, mientras se sucedían los litros de calimocho y cerveza, bajo la mirada reprobatoria de los soldaditos de la Academia General Militar.

Poco a poco mis acompañantes se fueron marchando. Pero yo no estaba dispuesto a retirarme todavía.

Aún es pronto – me decía levantando la cabeza como si pudiese conocer la hora exacta con la simple observación del cielo nocturno.

Así que deambulé por las calles de la ciudad hasta dar con un bar abierto. Y lo hallé en el barrio de la Magdalena.

Fue entonces cuando la vi, sentada junto a la barra con las piernas cruzadas sobre el taburete y sorbiendo una pajita. Yo ya iba bastante cargado, esa es la verdad. Así que no dude en acercarme a ella y con un pretendido aire chulesco, preguntar su nombre.

Ella me observó de arriba a bajo con detenimiento. Después dio otro sorbo a lo que parecía una Pepsi Cola y me contentó: Quieres ver mis bragas. Son de oro, sabes – y estalló en una sonora carcajada.

Yo, todavía perplejo, asentí. Entonces, sin apartar sus ojos de los míos, se fue desprendiendo lentamente de su ropa interior. Tomó mi mano derecha y tras extenderla depositó en ella con suavidad la prenda. Después se levantó y se alejó con un marcado contoneo convencida de que la seguiría con la mirada hasta perderse tras la puerta.

Pedí algo de beber y contemplé con devoción aquel pequeño trozo de tela. Era de un amarillo intenso. De tacto suave. La acerqué a mi cara para sentir su aroma.

Recuerdo que estuve acariciándola durante varios cubatas más. Después la guardé en el bolsillo del pantalón vaquero, cerca de mi miembro erecto y abandoné el local. Conservé aquellas braguitas durante mucho tiempo. Hasta que una tarde al volver a casa descubrí que mis padres habían desmantelado mi habitación por completo para pintarla y no volví a saber de ellas.

A decir verdad, tal vez no se tratara del BV80.
Ni de Victoria Abril.
Pero prefiero pensar que sí.


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