Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

miércoles, 26 de diciembre de 2012

5. El tango del Arrabal


Una noche en el BV80 con Fernando Arrabal
Autor: Yolanda
Subtítulo: El tango del Arrabal

Casi todas las noches me visita, sin cita, El teatro.
Espero su llegada tiritando de susto y gusto.
Fernando Arrabal


No es fácil, no es fácil cuando todo se confunde en mi memoria. Sabes que estoy aquí porque todo lo mezclo, porque no puedo acordarme de si es verano o invierno, si debo desayunar o cenar, si la pastilla que toca es la blanca o la azul. No es fácil.


Hacia atrás en el tiempo parece que se endereza la línea de los meses: enero, febrero, marzo, abril… Como si se abrieran las compuertas de un pantano, torrenteras de recuerdos se agolpan en mi mente. Entonces lo veo, y recuerdo a Arrabal, siempre con sus amigos, el pintor y el poeta, cómo se llamaban… No importa, qué importan los nombres. Importa el sitio, el humo, la magia, la música, los colores, las formas. No sé porqué mezclo un Rey Mago con una mujer desnuda tumbada en un sillón, no importa.

Quizá lo primero fueron las velas, las cartas, la torre herida por el rayo. Una mujer envuelta en velos que leía el futuro y el olor a cera derretida. Quizá entonces era entonces, y lo que recuerdo es tan sólo el futuro que me contó, en el que aparecía él, Arrabal, siempre con ellos: el pintor, sí… y el de los libros. O quizá primero fueron los chicos representando El jardín de las Delicias delante de una pantalla en la que se proyectaba El cementerio de automóviles… O quizá se proyectaba Tango bar, Gardel cantando Arrabal amargo, y aquél que siempre se quedaba solo en el escenario y subía el último escalón diciendo: “Por razones de seguridad subo de puntillas las escaleras del cadalso y saludo cortésmente a los perros alucinados de las alquerías lunares”.

No, espera, no decía eso… Gardel… Gardel también cantaba aquella jota… Los ojos de mi moza. Y la moza era, tenía que ser ella, lánguida en el sillón, la moza del Arrabal… Pero no… no estábamos en el Arrabal, sino en la Magdalena. No…

No es fácil, ¿lo ves? Todo se confunde, todo se mezcla, no sé si era otoño o primavera, aunque recuerdo, porque lo he soñado hoy mismo, esta misma noche, al tigre: “El amor y la poesía me embriagan, inocentemente, como al tigre la sangre". Desde entonces sueño con el tigre. Se volvía Arrabal hacia la barra y me lo confesaba. Pero yo le había servido todas las copas, y no, no eran sólo el amor y la poesía. Otro día, o quizá el mismo, me dijo: “No conduzcas demasiado deprisa hacia la eternidad”… Sabes, esas cosas sólo se le dicen al camarero.

O no. No me acuerdo bien, igual lo he leído; el pintor me llenó toda la casa de cuadros; el poeta, de libros: todos los libros de Arrabal se amontonaban, los leía y los releía, y ahora lleno mi vida de palabras blancas y azules. Igual me tomo las palabras en vez de las pastillas, y los libros los disuelvo en un vaso. Las frases se despegan de sus hojas, las revuelvo con la cucharilla, pongo el vaso al trasluz y leo, o quizá recuerdo que me dijo en el bar: “Recibe una luna llena, con zarzas verdes robadas. ¡Viva el anís griego y el sombrero de astronomía! Salud, chocolate y cuernos. Escupo entre dos quimeras. Querido Baltazar…”

¡¿Lo ves?! Baltazar, el rey mago. Todo se confunde, todo, los solsticios y los equinoccios, los cuadros y las copas y los libros y el rock&roll. No puedo contarte nada, porque no sé cuándo aparecen las estrellas… No importa, no importa. Las estrellas aparecen cuando cierro los ojos y la veo a ella, tan hermosa, cómo se dejaba caer sobre el sillón…

Pero algo es seguro, algo recuerdo con certeza: la torre herida por el rayo salió, poco después (¿después, antes? Todo se confunde), salió, pero invertida, y a la dama se le nublaron los ojos tras los velos negros: “catástrofes y desgracias, el desmoronamiento y la ruina”, dijo. Lo supo, lo adivinó, la carta lo pronosticó… pero no a él, a Arrabal: su novela triunfó, le dieron el gran premio, el Nadal… mientras yo me desmoronaba, ignorado por todo y por todos… Me fui, ¿sabes? Me fui lejos y solo, como Gardel, y, desde la orilla del mar, cantaba “Lejana tierra mía, bajo una dulce luna de plata”

Luego… sí, no antes, luego, luego llegó el olvido, como un perro flaco y mojado de sal y sucio de arena. Venía a lamer mis heridas, pero al hacerlo dibujaba, arrastrando la cola, mis recuerdos sobre la arena blanca. Y las olas lamían mis recuerdos, luego… Sí, luego se iban las olas y no quedaba nada. Las olas iban y venían y, a veces, traían recuerdos, o tal vez no eran recuerdos y yo me los apropiaba: hubo una sirena de madera, desgastada por la sal y las tormentas, que llegó hasta mí una mañana de invierno. Era invierno, sí, porque hacía frío y yo la veía llegar, arrastrada por las olas que la bailaban, atrás, adelante, atrás… como un tango, pero no quería mojarme, hacía frío y cantaba: “Volver con la frente marchita… Sentir que es un soplo la vida… Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez”. Ya no me acuerdo, ves, de las letras de las canciones… Claro que yo siempre preferí el Rock&Roll… No sé por qué me sale ahora un tango de Gardel, no creo que entonces mirase al mar canturreando un tango, no creo, no… Aunque nada canta la amargura como un tango, será por eso.

No sé… No importa, vete, no puedo ayudarte. Escribe lo que quieras, Arrabal en el BV80, no sé, mejor tendrías que inventarlo, a mí qué me cuentas.


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