Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

miércoles, 24 de abril de 2013

7. Una lección de vida


Una noche en el BV80 con Chavela Vargas
Autor: Letícia Magalhães
Subtítulo: Una lección de vida

Nunca fui una chica que iba a muchas fiestas. Mis amigos necesitaron mucho esfuerzo para convencerme a ir a un bar muy animado. En el gran día, yo misma no podía creer que iba, tan incomunes eran las fiestas para mí.

La música, las luces, todo era muy diferente para mí. En el local de danza, alguien llamaba la atención de todos, pero yo no pude llegar allá para ver lo que pasaba, tamaña era la muchedumbre. Sentada en una silla confortable en el bar, no vi quien bailaba y ganaba aplausos de todos, entretenida que estaba con mi copetín. Alguien sentó a mi lado, dijo “¡Hola!” al mozo con mucha alegría y pidió un copetín fuerte. Era una vieja señora, de ropas brillantes, sombrero, maquillaje y uñas azules. En aquella hora, percibí que sólo podría ser ella que estaba bailando. No tuve reacción, no sabía qué hacer con una figura tan sorprendente logo allí, mirándome. Ella tuvo que empezar:

—¡Hola, muchacha! Muy animada esta fiesta, ¿no? —respondí balanceando mi cabeza—. ¿Qué pasa? ¿No sabes bailar? Y por lo visto ni hablar.

—Discúlpeme. —Tendría que decir algo, pero sin hacer mención a la extravagancia de la simpática señora—. No estoy muy acostumbrada a fiestas.

—¡Lo siento! ¡Tan joven y no aprovecha la vida! Yo también era así, tan quieta, tan seria, tan boba. Sólo empecé a aprovechar la vida después de quedarme viuda.

Fue mi vez de hablar “lo siento”, pero ella me miró con reprobación:

—Usted no lo siente. No sabe cómo era mi marido. Sólo después de él morir que me di cuenta de que él no era tan bueno conmigo. La vida parecía que no iba a cambiar después de su muerte, porque yo continuaría siempre sola, pero yo decidí cambiar. Empecé por el visual.

Fue cuando ella bajó a cabeza que percibí que ella tenía hilos rojos y morados en su pelo blanco tan brillante. Por un segundo pensé haber visto un tatuaje en su cuello. Pero tengo seguridad de que vi un audífono.

—¡Muy bonito! —Ella no se importó con el elogio, recibiendo otro copetín de la mano del mozo del bar. Ya terminaba ese según copetín, bebido de un solo trago, cuando abrió los ojos y una sonrisa apareció en su boca.

—¡Soy loca por esa música!

Ella fue nuevamente bailar, pero me llevó con ella. La acompañe sin voluntad, prometiendo que sería sólo aquella danza. Fueron muchas. Después de la cuarta música, cuando yo dice que tenía sed, la señora me llevó al bar, pidió un copetín y yo bebí. Era muy fuerte, y cuando salimos para volver a bailar ella apretó la mejilla del mozo que nos había servido. Bailamos más y más. Un poco con sueño, pero alegre, con el sombrero de la señora en mi mano, percibí que no sabía el nombre de mi nueva amiga, y lo pregunté.

—Chavela Vargas.

Fue la última cosa que escuché antes de desmayar.

En el día siguiente estaba en el departamento de una amiga, con quien fue a la fiesta, y luego que abrí los ojos me pregunté si todo no era un sueño. Supe que no cuando vino la sensación de resaca. Mis amigos me ayudaron, pero no sabían nada sobre la vieja señora en la fiesta, de modo que me quedé con el nombre Chavela en mis pensamientos y el sombrero que debería devolver.

Después de mejorar, sabía que tendría que volver al bar, pero para eso tendría que esperar hasta el fin de semana siguiente. Con un vestido plateado y en sobrero en la cabeza, fue al bar el viernes, pero él estaba cerrado. La misma cosa el sábado. Nadie en la puerta, ningún billete o cartel. Y yo con el sombrero, volviendo a mi casa preocupada.

Aún preocupada, leía el diario de Zaragoza el domingo de mañana cuando mi corazón paró. Estaba allá una nota de fallecimiento de Chavela Vargas. Empecé a llorar en la mesa. Después de más algunas horas de tristeza cerrada en mi cuarto, decidí que tendría que ir al funeral.

Con un vestido negro y el sombrero festivo en la mano, encontré un funeral tan curioso como la muerta. Señores y señoras muy viejos, pero con un brillo en los ojos, ropas coloridas y trajiendo flores alegres en las manos. Y el mozo del bar, lo mismo que Chavela apretó las mejillas. Fui hablar con él, que me recibió con un abrazo:

—Usted no sabe como mi abuela se quedaría contenta de verla aquí. —No sabía que decir, tan sorprendida que estaba—. A ella le gustó Usted, y le gustó que se quedara con su sombrero. —Supo que no podría más devolverlo. Con un suspiro, él siguió hablando—. Fue gracias a mi abuelita que tengo aquél bar. Fue por ella que lo llamé BV80. Bar Vargas 80, la edad que Chavela Vargas tenía en la inauguración.

No había más nada para decir. Nos quedamos en silencio. Yo puse el sombrero y el dueño del bar sonrió.

Y ahora, ¿qué más hay para decir? En aquella semana, hice hilos azules y morados en mi pelo y volví al BV80. Sigo volviendo siempre allá, porque soy novia del dueño, y porque siempre me recuerdo de la lección que Chavela me enseñó: a aprovechar la vida.


No hay comentarios:

Publicar un comentario