Unos conocieron el bar en directo, in situ. Otros a través de la lectura del libro "Noches de BV80" de Valtueña. A muchos les suena por el tema "Negativo" de Bunbury (las noches del BV80 escapando a tocar...). También hay algunos que piensan que todavía existe. Sea como fuere, el bar BV80 vive. Es nuestro deseo que así sea. Por eso convocamos este concurso. ¡Échale imaginación y participa!

miércoles, 24 de abril de 2013

9. Le hablé como una caracola al mar


Una noche en el BV80 con Chavela Vargas
Autor: Maracaibo de Ockham
Subtítulo: Le hablé como una caracola al mar

Veníamos del cumpleaños de un amigo; yo nunca bebo alcohol pero esa noche de fiesta se nos fue la mano.
—Eh, ¿la terminamos en el BV80? —sugirió Mikoche, el homenajeado—; estáis todos invitados; venga, nos vamos para allá.

Recuerdo que ya de camino comenzó la magia “de guardia”: vimos por la calle a una señora idéntica a Chavela Vargas.

—Tíos, la Chavela! —dije señalándola, torpe, tan cerca de ella que se sobresaltó.

A todos nos hizo mucha gracia esa casualidad, ella era mi artista favorita, y la seguimos por la acera, haciendo el tonto pero también creyéndolo todo, pidiéndole autógrafos, suplicándole secretos de alcoba, rogándole canciones de mimada tristeza, de muerte que puede rimarse, de dolor oliendo a eucalipto y menta. ”Yo quiero luz de lunaaa…”, berreábamos a coro detrás de ella, que, muerta de miedo, coreó también en un momento dado, hasta que, presurosa, alcanzó la puerta de su casa. Creo que aún me oyó decir: “Disculpa Chavela; no lo tomes a mal, por favor; esta noche es también parte de la verdad universal”.

Rieron todos aún más, pero yo me entendía; a pesar de lo idiotas que nos sentíamos hoy, yo entendía que rozaba algo honesto y sincero en alguna parte. Pasa con el alcohol como con los sueños: que aunque ocurra cierto hecho sabes que te está hablando de completamente otro, muy distinto.

En fin, que pronto llegamos al BV80, abrimos, y, sentada a una mesa, callada, ausente y sola, estaba, sí, Chavela Vargas. No podía ser dos veces la mísma mentira; sabemos que hasta ellas se rigen por leyes. Creemos por naturaleza en la “segunda oportunidad”; y no hay modo de reírse de ella. Pero ignoras si alguien se está riendo de ti, eso siempre se puede.

No sólo pasó un ángel sino que nos acompañó toda la noche, mientras bebíamos y mirábamos, mirábamos y bebíamos. No nos atrevimos ni a hablarle en sueños, esta vez.

Si la memoria no me falla, no bebió en toda la noche, no la ví hablar con nadie ni hacer más gestos que el de respirar como una gran misión, sentada en su silla, callada, no más mirando el infinito que esa noche se alojaba en el bar, tal vez imaginando cómo sonaría la melodía de algún amor feliz, qué sé yo. Pero puede que me falle, claro. Pues también juraría que nadie abrió en ningún momento la puerta para salir, ni para entrar, que éramos siempre los mísmos y nos conocíamos de siempre y habíamos nacido allí y moriríamos allí pero eso no era óbice para que se fuese llenando progresivamente, “me encantan los sitios que se llenan sin que entre nadie!” grité, como una cuba. Chavela callaba, impertérrita, a lo suyo. Chavela quieta, callada un segundo eterno de la memoria, como si estuviera en otra parte y sólo yo la viese. Tenía los cascos puestos y fue increíble estar oyendo su versión del “Piensa en mí” contemplándola a la vez, tan ausente, como si no quisiese que nadie la pensase o la soñase, tal vez ya tan en paz, o tan batallando, el diablo sabrá. No había tristeza en sus ojos, alegría tampoco. Semejaba no una madonna aparecida sino a punto de desaparecer en su nirvana, a punto.

Así que en un momento dado, me acerqué al camarero y, al oído, le pedí un favor, uno de esos que sólo un camarero entiende. Aceptó.

Fue hasta ella con su bandeja plateada, le dijo algo, me señaló, y le sirvió en la mesa una botella mensajera. (Sólo en el BV80 te podían servir algo así!). En lugar del gusano en el mezcal se encontró palabras nadando en tinta viva y mareante.

No se negó a abrirla, sin gestos de sorpresa había extraído el mensaje y lo leía.

“Señora Chavela, no sufra. Sólo quería decirle eso que siempre me salía decirle cuando oía sus canciones con mis cascos por las calles grises y desangeladas: que si usted hubiese sido Eva habría hecho, y a mucha honra, exactamente lo mísmo, y el mundo sería tan mágico y cruel como es y usted sería la que es ahora, inevitablemente, maravillosamente, milagrosamente, y estaría aquí justo hoy en este momento infinito, con todos, con todo el peso de esta noche a las espaldas y las alas del sueño para aliviarla. Usted tiene el consuelo de saber que también habría puesto en marcha el mundo. En cambio yo no, pobre cobarde, si por mí fuera no habría abierto la puerta del bar del Paraíso, nunca. Gracias! Sólo eso”.

Me miró. Juraría que sonrió levemente, pero también si miras mucho tiempo la imagen de Cristo o sonríe o llora. Chavela me miró serena; yo, tan borracho, recuerdo todavía la fuerza entera de su serenidad. Chavela.

Y recuerdo también que, increiblemente, al día siguiente desperté; sin un ápice de resaca, y hasta el aliento me olía a flores, como si hubiese cenado rositas calientes.

Qué noche, bendita y rara, sintiendo lo que somos, sea eso lo que sea, fácil y suavemente.

Llamé al perjudicado Mikoche, y contestó con un hilillo de voz; le dije: “Gracias tío, es como si me hubieses regalado el cumple. Gracias! Te debo uno”.

Más tarde, pensé también: “Ya sólo me queda agradecerle al bendito camarero. Que no se me olvide. Después, sin falta, me paso”. Y continué mi merecido descanso.


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